Mi foto
Más inestable que el tritio. Más abstracta que Kandinsky.

4.04.2011

Eh, que tengo mi corazoncito.

Lejos. Demasiado tal vez. Está lejísimos y solo nos une un insignificante ordenador y algunas vacaciones.
Recuerdo las tardes que pasábamos juntos. Al principio era de lo más sencillo. No me acuerdo, pero lo sé por las fotos. Él era pequeño y me cojía en brazos. Supongo que su forma de ser ya me fascinaba.
Crecí. Unos años después llegaron las tardes en casa de la abuela. Éramos pequeños y nos conformábamos con bajar a una plaza, ver a unos amigos, jugar con ellos, merendar y volver a casa a ver los dibujos. Oh, y esos viernes en los que nos teníamos que quedar a dormir en su casa? En la de abuela, digo. Siempre cenando pizza, maldita adicción. Y al despertarnos al día siguiente y ver One Piece. Me acuerdo perfectamente, cada cosa insignificante e importante. Más tarde, seguimos creciendo.
Ya no eran tardes en casa de abuela, si no que abuela venía a casa. Cada uno a lo suyo, la tele, los videojuegos, el ordenador. Esas series que tanto y tanto nos hacían reír, o las películas de antes, simples y sencillas, maravillosas también. La típica rivalidad de los juegos, y el gran equipo que hacíamos a veces.
Sé que me enfadaba contigo, porque me hacías rabiar y a veces porque te ibas y no me llevabas contigo, supongo que quería pasar más tiempo a tu lado, y ahora me doy cuenta de que lo necesitaba, que lo pasaba en vano. Y lo echo de menos. Tú me enseñaste cómo ser y, ya que nuestros padres no paraban prácticamente en casa, me dijiste qué hacer, cómo hacerlo, todo. Creo que tenerte al lado día sí, día también me ha cambiado, me ha dirijido. Y es una de las mejores cosas. Y es una de las cosas más básicas, tan básica como tener un hermano. Como que seas mi hermano, y no otro.
Gracias.

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